Dejar que el libro sople su propio viento, Marguerite Duras

Fragmento de una entrevista que la escritora y cineasta francesa hizo con Aliette Armel para la revista Le magazine littéraire titulada «He vivido la realidad como un mito».

—¿No tiene la impresión de que, al escribir, usted busca librarse de algo?

—(Duras) No creo. Se trata de una pulsión no selectiva, que es mi naturaleza, mi verdadero hogar, del cual yo dependo, pero que no conozco.

—¿Eso tiene alguna relación con el lugar?

—(Duras) Ese lugar de extravío, para mí, es la escritura. Esa es mi única certeza. Cuando comienzo un libro, como en este momento, yo estoy en el libro, no afuera. El espacio, el ancho, la libertad, es el libro. Lo que no quiere decir que de un sólo golpe las dificultades queden resueltas. Lo que le estoy diciendo es difícil de explicar.

—Entonces, ¿la expresión escrita es muy distinta de la expresión oral?

—(Duras) Véalo usted misma. La escritura viene de otra parte, de otra región que no es la de la palabra oral. Es la palabra de otra persona que no habla. Sin embargo, me ocurre también, que usurpo el silencio de la palabra escrita y no me puedo detener, lo cual es siempre un poco inquietante. Después estoy muy mal, triste. Esta palabra se dirige a una sola persona, que nunca he visto, que no conozco, y que conozco, y que lee. Se trata de una experiencia particular muy difícil de comprender.

—¿Cuántos lectores tuvo El amante?

—(Duras) Actualmente, en Francia, deben de ser dos millones. ¡Y eso sigue! El amante fue escrita con rapidez. Es un desorden total, aun en mi caso. Los tres meses que duró la escritura fueron un enorme recreo. Como usted lo sabe, soy completamente narcisista. Es un libro que influye en el lector. Recibí varios metros cúbicos de cartas. Todos los lectores dicen que releyeron la novela varias veces y todos hablan del contacto personal que tuvieron con el libro. El estilo hubiera podido dificultar ese contacto: cambio de tiempo sin previo aviso, pongo constantemente el sujeto al final de la frase. O pongo el sujeto al principio de la frase, como si fuera el objeto de ésta, y posteriormente hablo de ese sujeto, de su estado, de lo que le ocurre. Ese estilo comienza a ser imitado aun en los textos oficiales.

—Sí, eso lo hace usted a menudo. Es aún más impactante en La lluvia de verano porque ahí es la madre la que habla así: hay una mezcla del lenguaje que ella utiliza, parecido al que habla la gente de Vitry en su vida cotidiana, y otro estilo, que restituye a éste al terreno de lo literario.

—(Duras) A veces, el estilo en el que habla la gente es muy literario. Me acuerdo de una vieja portera que hablaba como yo escribo. Conversábamos a menudo. Nos conocía desde siempre: yo era un poco como su hija. Un día, me dijo: «Quiero comprar una cama «. Le pregunté: «¿Para qué una cama?» y ella me respondió: » Para mí, mi hijo , dormir, cuando viene a París» . Eso es de Duras.

—¿Qué es «de Duras»?

—(Duras) Dejar que una palabra venga cuando viene, atraparla al viento, ponerla al principio o en otro lado, en el momento en el que pasa. Y escribir rápidamente, para no olvidar cómo llegó esa palabra. A eso le he llamado » literatura de urgencia». Yo avanzo, no traiciono el orden natural de una frase. Posiblemente eso es lo más difícil, dejarse hacer, abandonarse. Dejar que el libro sople su propio viento. Usted sabe, El amante surgió con eso, y La lluvia de verano también fue un poco así.

—¿No hay, a veces, imágenes que usted, al encontrarlas, se pregunta a qué corresponden?

—(Duras) A veces, no comprendo lo que he hecho. Un libro puede alargarse toda la vida. Me es difícil decidir cuándo un libro se acaba. Cuando uno acaba un libro, es siempre como un abandono. Las 40 últimas páginas de La lluvia de verano las hice en dos días, porque no podía dejar a esos personajes. Escribí esas páginas llorando.

[…]

—¿No tiene ganas más que de seguir escribiendo?

—(Duras) Siempre tengo miedo de que eso se me escape. No tengo miedo a la muerte, pero sí en cambio a no reencontrar el estado necesario para la escritura. Cuando entro en mi libro, cuando me siento en mi escritorio, tengo la impresión de entrar a alguna parte. Ahí, no estoy sola. Se trata de un lugar pleno, abundante. Y al mismo tiempo difícil, porque ahí no se pueden cometer errores. Escribir es sagrado.

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